Paseando bajo la luna a orillas de la playa,
sintiendo bajo mis pies las caricias de la arena del mar y sobre mi rostro el
frio de la brisa marina, llegan a mi mente recuerdos de mi niñez florida en mi
Santa Marta del alma; una niñez feliz de juegos y retos que con presteza siempre
salía triunfante.
Un cielo cubierto de estrellas me
cubre con su manto y a lo lejos el ritmo cimarrón de un tambor me embriaga y me
llena de poesía
El zumbido del viento y el ruido
de las olas al estrellarse contra el malecón hacen que estalle en mi alma
gritos de emoción. Sonrío en silencio y mirando al cielo le agradezco a Dios.
Le agradezco por la vida que me
dio, por las bajadas y subidas, triunfos y fracasos, aciertos y desaciertos, por
los hijos que me regaló y por el esposo que tan pronto me quitó, por los amigos
que me brindó, por los que se llevó y los poquitos que me dejó
Le agradezco por la destreza en
las letras y los números con la que me dotó, nada que ver lo uno con lo otro pero esa soy yo.
Hoy en esta playa solitaria
iluminada por la luz de la luna reflexiono sobre lo que ha sido mi vida y no
siento ni frio ni calor, suspiro y pienso…
Sesenta años cumplidos, vividos,
sufridos, señalados, juzgados y llorados
con tu bendición Señor, pero pese a todos los obstáculos que en estos sesenta
años de vida he saltado…
¡Nadie me quita lo bailado!
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