Era la
niña más linda que mis ojos hayan visto jamás…
De
largos cabellos negros, ojos grises y piel trigueña aterciopelada, cada día la
veía asomarse al balcón, su mirada gris se perdía en el ir y venir de los
transeúntes y el bullicio de la gran ciudad.
Hija
única, mimada y sobreprotegida.
Por el
jardín todas las tardes solía pasear, opacando la belleza de las rosas del lugar. Pero del jardín no podía pasar, era como si un
letrero de “NO PASAR” estuviese grabado en la reja de la salida, y si… ¡No
podía pasar…!
¡Se lo
tenían prohibido!
En las
noches llenas de estrellas, hablaba con los luceros y a la luna sus sueños le
contaba, sueños cubiertos de fantasías, de esas fantasías que
tejen las niñas cuando aún la inocencia cubre su vida, creen en duendes y hadas madrinas y una de ellas con
solo mover una varita le hará realidad sus sueños.
Pero
sus sueños solo la luna los sabía, quizá que algún día llegara un príncipe y la
rescatara de su prisión de cristal y cabalgando en un blanco corcel la llevara
al país de nunca jamás, o tal vez que un enmascarado saltara por su balcón a
media noche y la raptara…
Pasó el
tiempo y no la volví a ver, ni en balcón soñando, ni el jardín paseando…
¿Llegó
el príncipe de sus sueños y se fue con él cabalgando al país de nunca jamás?
¿O
quizá el enmascarado saltó el balcón y la raptó?
Tal vez
le crecieron alas y cual Calandria se echó a volar
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